
Avanza lenta la tarde
bajo una manta de nubes,
el sol se disculpó, alarde.
Creo que bajo y tú subes,
no nos encontramos, rojo,
es preciso que lo incubes.
Quiero romper el cerrojo
de tu silencio marrón
y que cejes en tu antojo.
Necesito, corazón,
tu piel cerca de la mía,
sensata aseveración.
Quemarme en ti cada día,
florecer cada segundo,
llenarte de mí a porfía.
Y se que nada en el mundo
desearías tanto; eso,
pero extiendes el segundo,
y yo muero por un beso,
tú juegas a no mirarme,
río, tonto, tal exceso.
Y antes que, ciego, me alarme
confundido por tu juego
me abrazas, logras desarme,
que arda otra vez en tu fuego,
que te muerda ya los labios,
y yo encantado, doblego.
No entiendo nada de agravios,
las caderas sacan chispas
atrás quedan dichos sabios;
al mismo dios Eros crispas
viendo nuestro concederse
supremo, bote de avispas
en celo. No tergiverse
el momento, ya termina
nuestro fiel enfierecerse.
Tú, dichosa, cantarina
muerdes mi yo, breve, oculto
sintiendo más femenina.
¿A quién mejor rendir culto
que a tu piel, canela fina?
Por eso yo no me oculto.