La mar
grita fe aún en la oscuridad
horada sencilla como una palabra
se agiganta con los primeros rayos
se enoja para acabar besando las rocas.
La mar
mira exactamente como miras tú.
Ángel caído
derribado por la inmensa certeza
libre albedrío que aflora
juicio que al final despierta
asombro que cae en su boca.
Y cuando comprendiste la verdad
que tus hombros hace temblar
que tu olor bravío hace emanar
ángel caído
no pudiste más que tapar la frente
escondiendote
porque era momento de la aurora.
Dos fuertes maromas, ramos de limones,
dejan inconcluso el resguardo
del pálido sobresalto
¿sorprendido tal vez en añoranzas?
Dos llamas amarillas acarician
la cintura que gime
como aquellos peces de colores
dormitando en bombas de cristal.
Un rosario de vértebras como cordillera
donde los volcanes reposan
esperando volverse tenso arco,
puente llamando a la locura.
Pero no,
es una espalda no la espalda,
no suda como las estatuas
no centellea como el lirio
no abriga con solo mirarla
no alimenta sin tener que palparla.
El tiempo
se vierte en si mismo
como olas que mueren
volcadas en rocas que reposan.
El tiempo
se repliega sobre manecillas,
parece un laberinto
con paredes de cristal.
El tiempo,
desecho en tu hombro,
mesa sus cabellos
lamentando ser implacable
después de rozar
la tersura de tu piel.
El tiempo
se viste de negro y plata
para poder seguir tus pasos,
tenues
como pétalos de niebla.
Tu cara, empapada de lluvia,
brilla como el sueño de los valientes;
espera esa toalla de piel
que, sin querer, ves reflejada
mil veces
en el olor a sándalo y madera
que se guarda tras cada superficie .
Tu cara, entera hojas de primavera,
irradia todas las formas escondidas
en cada uno de esos pestañeos
que, sin querer, escapan
mil veces
de la capa de arena azafrán
labrada íntegramente con suspiros.
Tu cara, alabastro sensible,
resume cada uno de los silencios
que navegan entre las sábanas
sin brazos donde columpiarse
sin cuero donde murmurar.
Para Laura
La eterna búsqueda de la esencia
descerraja su aliento, metralla líquida,
hace enrojecer campanas de mármol
clava su faca en la raíz de la idea
cercena antifaces con olor insípido.
Yo, que suelo beber con ella,
pudiera hablar de miedos y risas
pudiera silbar hasta encallecer los labios
o emular el tiempo de los almendros
pero no
el lauredal es como una vieja incógnita,
ahora se mece sobre la batalla.
Aprendices de banderas sin recuerdos
reflejan en sus ojeras
tenues hilos de luz agrietada
y una lánguida espera majestuosa
donde el vino será aún más dulce.
Un beso,
tan verdadero como la sonrisa de mis abuelas,
hace trepar en mis pestañas
sudores que embriagan con su suavidad.
Una presencia,
tan imponente como una nevada y alta montaña,
se sienta en mis uñas
esperando salga el sol para sonreír.
Aliento
ternura en la camisa
carmín en el paladar
brisa en el cuello
rimmel en los labios
Sobre la mesa de caoba
piqué acanalado azul celeste
para sostener mis muñecas que cosen acentos
esperando
que las frambuesas maduren
y resbalen desde el esternón hasta el ombligo.
Aymé que nado en tus pupilas
aymé que tus caderas me sonrojan
aymé que bebo en tu sonrisa
aymé que tus rodillas me delatan.
Aymé, aymé, aymé.
Aymé que salto en tus pestañas
aymé que tu clavícula me encadena
aymé que peleo en tus encías
aymé que tus uñas me hablan.
Aymé, aymé, aymé.
Y tus lunas resoplan en mi oído
y tus ayes respingan en mis dedos
y tus silencios braman en mis dientes
y tu arenal estalla en mis hombros
y tus pies revientan en mis pies
y te levanto con mi mano derecha
para poder morir en tu mirada.
El silencio voltea tu boca como una campana
llamando a maitines,
rodea tu breve cintura adornada apenas
con una cinta de raso
y se aquieta, rindiéndose, en tus caderas
que gritan buscando
ser la verdad más absoluta del instante
donde mueren los miedos.
Mis dedos se pierden en llamada
abrazando tu pelo
que inmisericorde rueda como cortinas de terciopelo
cubriendo mis columnas temblorosas,
soportando el seísmo
que el anillo de fuego
distribuye por todos los recovecos
que nunca sospeché tener.
Siéntate despacio en la evidencia
y déjame morir entre las cerezas.
La fuerza del gorrión he heredado
pretendo verterla en una copa
que sea marea
que sea ola
que sea espuma corriendo por tu boca.
Tenaz como aire he sido concebido
afán impregnado en puro acero
que es gravedad
que es pedernal
que es aquilón reflejado en tu cuello.
Sincero soy como diáfana abertura
como tierra mojada que embriaga
que será cuna
que será cobijo
que será caricia secando tu cara.
Nací en la rotura de un cristal
presentido en sueños
nací de mil heridas en un alma
parto doloroso e inacabado.
Noches en vela antes de existir
búcaros lanzados a la hoguera
sin preservar siquiera la albahaca
que refresca la sien
por grietas nacidas desde el mismo magma
que pugnaban por cuajar
antes de saberse siquiera grietas.
Nací en la rotura de un alma
llorada en sueños
nací de mil heridas en un cristal
parto que parte hasta morir
parto que parte hasta vivir
parte de un todo que pugna por existir
nací…
parte…
todo…
Siento reventar mi ceja
anegando de murmullos el paisaje lunar
que sobrevuela el trigo,
tan cerca de la enormidad
que yace escondida
en una grúa abandonada.
Mi verdad es torpe,
como un hombre tendiendo la ropa
al sol de Febrero.
Hubo un día, parece ya tan lejano,
que empecé a vestirme de domingo
a las nueve de la mañana siempre;
hubo un día, parece ya tan lejano,
que el pudor hizo no salir el sol
y la tierra se detuvo sobrecogida.
Siento que mis muslos son helada en Florencia
refugiados en Gilli
cuando el camarero hizo volar el sueño
donde Perséfone, cristal al fin,
sufría el síndrome de Stendhal.
En el eterno retorno al salvaje educado
dejaré sin preguntas la conciencia
en un convoy de tiernas señales malgastadas
por su continuo rodar moral abajo.
¿Cuántas lunas existen?
¿Tantas como bailarines debajo de ella?
Corté el pelo a los libros de ética
para poder pasear tranquilo por el bulevar
sin ser comidilla de los que beben agua con azúcar
en las terrazas de cafeterías decadentes.
¡Oh, profesora de baile!
¿Dónde comprar unas zapatillas para mi hija?
Quiero que sus pies apenas rocen el suelo
cuando camine por este mundo de baldosas desencajadas.
¡Oh, profesor de esgrima!
¿Dónde comprar una chaquetilla acolchada para mi hijo?
Quiero que su pecho esté a salvo
cuando quiera bailar debajo de esa única luna.
Descuido el andar delante de la tentación
sonriendo con la vista ante lo prohibido,
a veces me gusta comer marrón glaccé
contemplando la perfección
con que encajan esos olores
en un guante de vainilla.
En la soledad de la noche un bufido
rasga el satén negro
hace un taladro a dos esquinas
y permuta sangre por volcanes.
En la soledad de la noche un silencio
palpa la espalda contraída
araña dos columnas que hierven
y reconoce sangre en la flor.
En la soledad de la noche un murmullo
ahonda el lóbulo enardecido
despeña una duda entre desembocaduras
y hace nacer sangre en la saliva.
En la soledad de la noche una voz
muere en la venda negra
anuda las palmas en candelabros barrocos
y bebe toda la sangre con pasión.
Mirada contra mirada
en este mundo salpicado de violoncelos
en el que anidamos como alondras
cuando tus dedos tocan mis dedos
y mi voz acaricia tu ombligo.
Intento ser cada día ese roce
que produce en la boca indecisión
entre la palabra y el mordisco
entre el silencio y el suspiro
entre el no hacer y el dejarse hacer.
Acomodo migas de temblores ocultos
barandillas de cobre
balcones negros
blusas blancas hasta rasgarse
y aquella fotografía que cuelga en mis tendones;
sujeto con mis pestañas enormes
todas las mañanas que arrollan por tus comisuras
deseando que tus vertebras
se anuden a mi pecho
con la fuerza de un jabalí malherido
con el tesón de un venado hambriento.
Entre las costillas y el corazón,
en ese diminuto hueco,
quiero dormirme una mañana
para soñar yo tus sueños.
Y conseguir ver tus dientes
cuando sientas mi indisoluble presencia
y conseguir erizar tu piel
cuando notes mi suave parpadeo
y conseguir tentar tu cabello
cuando sepas que es mi frágil aliento
el que se confunde en tu latir
el que se enreda entre tus huesos.
Entre la voz y el gruñido,
recostado junto al murmullo,
voy a esconderme alguna vez
para que me rocen las palabras
que nunca se produjeron.
Imposible es que una flor de papel se marchite,
nunca llegó a ser otra cosa que reflejo
de una verdad recurrente;
reflejo es que mis labios se entreabran
cuando aspiro esa fragancia que declina
tu olor secreto en mi oído;
verdad es que el sabor de tus tobillos
se refugie en mis sueños
entre el hueco de mis cabellos y la almohada;
y es sueño
y es olor
y es verdad
y es recurso
y es hueco
y son uvas transparentes, pequeñitas,
las que tapizan tus poros
cuando mi caricia te alcanza
donde nace ese torrente
que embriaga con tan solo una gota
derramada
en el centro de mi desbocada barca,
húmeda y roja.
Fina línea que separa el azogue del cristal
donde parece hablar la mano desmayada
en un intento desesperado de no ser oída
ni por la persona que se mece
en una danza no percibida por los ojos,
sólo en el vientre de quien baila.
Detrás, aparentemente detrás, pero siempre al frente
de la mirada que acaricia espuma
y por eso es envidiada
haciendo nacer odio en quien presiente la danza
y tan solamente ve una figura ensimismada.
Rayos de laguna que rebotan
en un alma forrada de plumas con el pelo mojado
en almacenes de humedades inadvertidas
en el barniz de almástiga que cubre las uñas
en la almádena que resuena en la sien.
En la tarde panza de burro
se posa una gacela de marfil
y su mentón hacen ángulo
con esa idea que transita lentamente
entre el tabú y la enormidad.
Los cables de alta tensión
existen desde tiempos inmemoriales,
surcan el interior de la tierra
dibujando letras cuando no lo esperas,
tiñendo de colores pastel
el centro del hombre de Vitrubio.
.
¿Podremos medir las sensaciones?
¿Habrá relación entre el suspiro y el abatimiento?
¿Será numérica o será indistinta?
Renoir supo plasmarlo perfectamente.
Dedicado a todos y todas los que hacéis que este mundo blogger merezca la pena.
Cuando la furia de tus temores te arrodille
y de un hilo penda la mañana
recuerda contar conmigo
que intentaré frenar el aire,
el mismo que empaña tu ventana.
Cuando el presentir la tormenta rompa el tapiz
de las impuestas apariencias,
ese reventar que te empuja a la almohada,
recuerda contar conmigo
que lavaré con manzanilla tus ojos
y una manta de compresión cubrirá tu desgana.
Cuando el peso de tus uñas sea toneladas
y uno solo de tus cabellos quiebre montañas
recuerda contar conmigo
que lograré sostenerte
sin que flaquee ni un ápice mi espalda.
la rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos.